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La mirada Subterránica

Lo mejor de la música

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Fotografía: Ingmar Torijano Neira
Bajos las escaleras de un legendario local bogotano en el que hoy funciona otra cosa los conocí por primera vez, alumbrados pobremente por un azul que casi no reflejaba los cientos de afiches de papel periódico que anunciaban conciertos, casi una copia del CBGB pero 20 metros más pequeño. Una famélica figura se asomaba al escenario, pequeña, con atuendo exuberante, rodeada de tres tipos vestidos de negro. El silencio incomodo que llenas las salas cuando una banda nueva va a tocar y de repente el estallido de la guitarra eléctrica cargada de overdrive, esa palabra tan maravillosa para describir el efecto más puerco en la historia de la música.


La mujer que personifica a esa diva que contradice cualquier norma comienza su transformación y su ritual en donde las letras crudas y el reflejo de una sociedad destruida se hacen visibles y nos invita a prender el cerebro y los oídos, hacía mucho una banda no causaba esa impresión en mí.

Contundente, buenísimo, punk del más puro, sin recetas, sin mierda, como debe ser. Y como debe ser también la relación entre ellos, caótica, anormal. Un cerebro genial acompañado de varios cómplices que desarrollan una idea, la receta del éxito. Tal vez si fueran Mana hubieran seguido el mismo recorrido de premios y televisión ¡pero no! son la fotografía del caos, de la fuerza, de la rebeldía, sonar duro es un deber, maldito el ingeniero, maldito el sistema, maldita sea la música que se convirtió en la porquería que es hoy en día, vos no me importas seas quien seas nosotros somos Rattus Ratus y somos los mejores, vale verga si existe ese nombre en otro lugar.


Cada show termina con los recursos agotados y con la memoria llena de sus imágenes.

Al otro día, al llegar la realidad, ella, sigue luchando, se levanta, cocina, trabaja, cuida, cría, compone, cocina, vende, busca, esposo, llamadas, hijos, amigos, banda, Rattus Rattus, la rata negra.

¡Que mierda! les dije un día, cambiemos el mundo… nos vale verga.


Se ha perdido tanto tiempo tratando de encajar que al final el tiempo ya no pasa, detenidos en la obligación de crecer, de ser grandes, de crecer como gente normal en una sociedad anormal, en un país que hiede a sangre, en un estado fallido, el caldo de cultivo perfecto para el odio, para el Punk, para la música, para las envidias. El escenario planeado para que la banda arrase cada vez que alguien los ve.

Su primer EP lo grabaron ellos, lo prensaron ellos, lo diseñaron ellos, lo pagaron ellos. Captura el sonido del punk, de aquel que se hacía en Medellín en los 80, de cuando la palabra –masterización- no existía en la mente de nadie en esta patria, la rabia de las calles bogotanas en sus letras, la creatividad oscura en sus ropas pero sobretodo una banda única, original en lo que son, que sin embargo preserva cada uno de los sonidos y de los lineamientos puros del género, absolutamente recomendable y magníficamente diferente.

Fotografía: Ingmar Torijano Neira
Cuando uno piensa que el rock ha muerto y ha sido enterrado bajo las frías placas de cemento de esta ciudad, en un sótano aparece esta banda para darme una bofetada y continuar soñando que dentro de poco, volveremos a ser mayoría.

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