Hay guerras que duran años, pero hay otras en
las que hay que saber esperar el momento preciso. Leer a Vargas Llosa cuando
dice que el Rock está matando la palabra entre “estridentes vibraciones” me
hace pensar que el mundo siempre será un campo de batalla entre las verdades de
las viejas generaciones contra los postulados de las nuevas. Doce años después
de comenzar la cruzada para que el rock fuera una industria cultural auto
sostenible en Latinoamérica hemos
llegado a varias conclusiones, muy importantes, tal vez al leerlas les puedan
parecer triviales u obvias pero en realidad tocó probarlas, someterlas al
método, hacer prueba y error para comprobar que una frase tan fácil fuera válida.
Hay
que volver a disfrutar el rock y dejar atrás por un rato toda esa intención de
poder vivir de él y de ser “empresarios” de la música. Por dos razones muy
sencillas.
Primero, el Rock perdió su esencia por ese
afán de lucro, ese afán de fama. El Rock es poderoso, es como el futbol, son
expresiones que nacen en determinado lugar y después se esparcen por todo el
planeta adaptándose, mutando y convirtiéndose en parte de la cultura de cada
lugar, por eso el Rock puede llegar a ser un acto folclórico cuando es
combinado con las tradiciones autóctonas de cada lugar y que mejor ejemplo de
esto que lo que en Colombia la gente piensa que es “Rock”, estos híbridos
nacidos por la necesidad de comercializar el rock se han tomado el país de una
manera exitosa.
Por lo tanto desde principios de siglo cuando
los muchachos rockeros comenzaron a crecer y a tener responsabilidades, se
dieron cuenta que no sabían hacer nada más y por lo tanto había que convertir
el rock en un negocio ya que en los años 90 el modelo fue auto sostenible y
todo el dinero que los padres daban a sus hijos terminaban comprados en boletas
y cervezas para conciertos locales.
Pero esos tiempos pasaron, nacieron los hijos
y el mundo exigía responsabilidad, la mayoría dejo las bandas y se volcaron a
los trabajos del sistema, pero otros no, ellos decidieron comenzar a
experimentar y copiar modelos de negocio extranjeros, pelear porque el rock se
convirtiera en industria pero lamentablemente la llegada del Reguetón y el
afianzamiento de músicas más caribeñas mataron el género en nuestros países. Lo
que quedó entonces fueron miles de músicos de Rock desesperados sin un peso y
se convirtieron en mercenarios del arte, “chisgueando” (Practica de tocar
covers en los bares) y haciendo o que fuera para ganar dinero, colocando salas
de ensayo, fundando pequeños estudios, convirtiéndose en empresarios de
pequeños eventos, etc. Con el tiempo muchos lograron abrirse camino y se
instalaron en puestos del estado o en empresas privadas que absorben los
recursos de algunos patrocinadores y el Rock se convirtió en un campo de
batalla, un campo de batalla por comer. Hoy el músico de Rock piensa que se le debe
pagar por existir, porque es bonito y porque inventó una canción, se han dado
casos en que compositores que pertenecen a sociedades de gestión han escrito a
pedir “sueldos vitalicios” por el hecho de ser socios.
Hay que volver a disfrutar el Rock, hay que
volver al tiempo en que tocar se hacía por el placer de hacerlo y por amor,
esas fueron las épocas en que las bandas producían buena música, buenas
canciones y no un poco de temas acartonados y predecibles. Deja de una vez por
todas de pensar que la banda es el papá de uno que lo tiene que mantener y
darse cuenta que la banda es un hijo bobo que no sabe comer, ni leer, ni
escribir y que hay que cuidar, mantener, meterle dinero y que los momentos con
ese hijo, son los mejores momentos del mundo. Buscar maneras alternativas para
ganar dinero y devolverle la dignidad y la rebeldía al Rock, devolverle la
fuerza y quitarle lo mendigo. Se lo merece, el Rock nos dio lo mejor y nosotros
ahora lo queremos convertir en un medio para almorzar, eso es triste. El Rock
debe despegarse de todo y no depender de nada ni de nadie, por eso, hay que
volver a las raíces, el futuro es el pasado y esto es lo más certero que
podemos pensar en este punto de la historia, solo ahí la gente volverá a los bares
y a los conciertos a conocer nuevas bandas, pasarse la música entre ellos y ya
no ir a ver a esa escena cansada y aburridora.
Segundo
porque aún no tenemos la infraestructura de una industria y eso es como nadar
en el desierto.
Y aunque se han hecho cientos de esfuerzos
para convertir nuestro rock en una industria, la mayoría han fracasado y han
naufragado en las aguas del ego, la envidia y la persecución de intereses
personales. Es por esto que hoy en día se ven grupos de amigos halándose unos a
otros a como dé lugar. Por esto, tratar de hacer industria de Rock en un país
como Colombia es como ser un nadador y no contar con una piscina, no hay donde
practicar.
Por lo tanto, volver a lo básico, volver al
disfrute es lo más sano, lo más conveniente. Seguir construyendo y gestionando
si, obviamente, pero desde una perspectiva a largo plazo en donde paso a paso se
van dando cambios. Ya las instituciones, medios y personas que están ahí no van
a cambiar, están cómodos y no les interesa. Por lo tanto nuestro deber es solo
uno… Hacer rock y disfrutarlo al máximo, ahí el que se quiera matar la cabeza
pensando en el negocio, que le haga.